Idiota
Capítulo 5.
Una interesante charla con
el principito.
[Michael]
Es lo más humillante que he pasado, ahora el maldito
principito sabe mi secreto y me aterra que en un arrebato de su estupidez le
diga todo a Ashton. Estoy que me hierve la sangre, ¿Por qué soy tan estúpido?,
¿Por qué no lo negué lo suficiente?, ¿Por qué…?
Acabo de dar un grito bastante femenino y todo por
culpa del muñequito de ojos azules. ¿Acaso ahora se dedicará a acosarme? Tal
vez esto sea obra del karma, hasta hace unos días yo me dedicaba a acosar al fenómeno.
-¿Qué…? – pestañeé un par de veces en respuesta a algo
que no tengo idea que me haya preguntado el principito.
Nos encontramos en los jardines traseros. Más
específicamente en la banca que esta frente a una glorieta, esta banca en la
que llamé por primera vez idiota a
Ashton.
-Gracias por lo de hace días – se sentó a mi lado.
Se refiere a ese día cuando descubrió mi secreto.
-Claro, cuando quieras – espeté, la verdad quería que
se largara cuanto antes. No soportaba la idea que él supiera mi secreto, me
sentía tan vulnerable ante él.
-En cuanto a lo otro…
-¿Otro?
-Ashton… - musitó.
Por dios, mátenme, por favor.
-Tu secreto está a salvo conmigo.
-Eso espero – gruñí, fulminándolo con la mirada.
-¿Cuándo te diste cuenta que estabas enamorado de él?
-Eso no te importa – protesté.
-De acuerdo, no me lo digas – sonrió de lado, jugando
con su piercing del labio.
-Tú le gustas, sabes… - ni siquiera sé porque lo dije.
Tal vez porque yo quisiera ser él.
-¿Qué…? – frunció el ceño.
-Al estúpido
ese, le gustas…
Y entonces sucedió algo que no esperaba. El principito
comenzó a reír, yo fruncí el ceño en son de protesta.
-No le veo lo divertido – me crucé de brazos.
-Algo de lo que estoy seguro es que yo no soy el que le gusto – me miró fijamente.
-Cierto… la zorra… emh… novia – me descrucé los brazos
– no le hagas eso. Él te tiene mucha estima, hasta me atrevería decir que te
ama como amigo. Le destrozaría saber que tú andas tras las faldas de ella.
-Lo sé, soy un horrible amigo – el principito parecía
estar arrepentido de sus acciones, tal vez por ello ahora se encontraba
cubriéndose el rostro con ambas manos – pero ella me gusta y creo que yo también.
Ellos no están bien últimamente.
-Lo estaban hasta que tú apareciste – de hecho lo
estábamos, me refiero a Ashton y a mí.
-Lo sé…
Nos quedamos un tiempo en silencio, cada uno sumido en
su propio mundo.
-¿Algún día se lo dirás? – interrogó.
-No.
-¿Por qué?
Miré cómo una mariposa abría y cerraba sus alas
mientras se posaba en la copa de una flor.
-Porque él no es como yo.
No, espera. Sí lo es. Le gusta el principito.
-Porqué tú le gustas. Y yo no puedo hacer que me
quiera. Ni siquiera puedo quererme yo mismo.
El principito rodó los ojos.
-En primera, yo no le gusto. En segunda, no necesitas
esforzarte para que lo haga. Tú le importas más de lo que crees. Tuve que
soportarle por tres días seguidos hablar de ti y todo porque…
-Espera, ¿Cómo estás seguro que no le gustas? ¡Es más
que obvio!
Volvió a rodar los ojos mientras gruñía.
-Olvídate de mí, ¿de acuerdo? – Abrió los ojos – dios,
eso no se escuchó nada bien.
Coincido con él, hasta me dio escalofríos.
-¡Ey, miren! – Ashton llegó hasta con nosotros con su
típica sonrisa ganadora de premios, mostrándonos un pedazo de papel – ¡aprobé!
Vaya, sí que aprobó.
Nos mostraba su examen de algebra con una majestuosa A
de calificación.
-Gracias, Mike – me sonrió, por dios, esa sonrisa me
matará lentamente.
-De nada, idiota.
Estoy tan orgulloso de él.
-¡Gracias! – alargó la A, mientras me daba un abrazo
de mamá osa, ya había olvidado sus muestras de afecto tan… impulsivas.
-Sí, sí, aléjate de mí… fenómeno – le empujé suavemente.
-Hay que celebrarlo – declaró, alejándose lentamente.
-Por supuesto, descerebrado
– sonreí.
-No más, tengo una A – gritó, dirigiéndose hacia el
edificio de las habitaciones.
Cuando giré mi mirada hacia el principito, éste
sonreía mientras negaba con la cabeza.
-¿Qué? – fruncí el ceño.
-Apuesto que: idiota, descerebrado, fenómeno y los
muchos apelativos con los que te diriges a él, no es exactamente el mismo
significado que nosotros tenemos de esas palabras.
Un inmenso calor inundó mis mejillas. Y un
inexplicable mutismo me ha invadido.
-Lo sabía – el principito se levantó – últimamente te
sonrojas fácilmente.
-Cállate, principito.
-¿Cómo me has llamado? – alzó una ceja.
-Imbécil – sonreí de lado – y de manera literal.
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